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Uno nunca sabe cuándo es la última vez

Han pasado seis meses desde aquella trágica noche en el Jet Set, y el país aún no logra recuperarse del golpe humano que dejó a decenas de familias marcadas para siempre.

Más allá del espectáculo, del ruido de los medios y de los informes técnicos, lo que verdaderamente permanece es el dolor de quienes perdieron a sus seres queridos, el vacío de los hogares rotos y la incertidumbre de una justicia que, para muchos, sigue avanzando con pasos lentos.

El caso de Brian Saldaña, productor de televisión, simboliza el rostro humano de esta tragedia. Perdió a su esposa, con quien compartió dieciséis años de matrimonio, una mujer trabajadora, gerente comercial de un banco, madre de un adolescente de catorce años y ejemplo de constancia. Aquella noche, cuando Brian llegó al lugar, lo primero que hizo fue buscar el vehículo de su esposa en el parqueo. Al encontrarlo, su corazón se derrumbó: comprendió que ella estaba dentro del lugar.

Hay algo profundamente humano en los detalles que anteceden a una pérdida. Brian recuerda que su esposa, al despedirse, lo hizo de una manera inusual: una vez de él y dos veces de su hijo. No era su costumbre, pero esa noche pareció sentir algo. Son esos gestos los que quedan grabados para siempre en la memoria, porque, como dice Brian con dolorosa lucidez, “uno nunca sabe cuándo es la última vez.”

Hoy, además de sobrellevar el duelo, Brian decidió encabezar la demanda colectiva contra los responsables. Su voz se alza no solo por su esposa, sino por todas las víctimas. Reclama justicia, no revancha; busca dignidad para los nombres que ya no pueden hablar. Su causa representa la necesidad de que la justicia dominicana sea eficiente, humana y responsable, especialmente cuando se trata de vidas perdidas por negligencia o falta de previsión.

En esta tragedia también sobrevive la historia de doña Patricia Ovalles, una mujer que permaneció más de siete horas bajo los escombros. Ocho de sus acompañantes fallecieron. Hoy, cada paso que da es una victoria: su cuerpo ha sufrido recaídas graves (infección en la sangre, líquido en los pulmones), pero su espíritu resiste. “Caminar es un triunfo diario”, dice. Y tiene razón: en su voz se resume la fuerza de quienes sobrevivieron para contar lo que otros no pudieron.

Y está también Alejandro Manuel Mesa Tejeda, de 28 años, quien perdió a toda su familia: su madre, su hermana, sus tíos y una prima. Alejandro narra que todo ocurrió en segundos: polvo, gritos, caos. Se salvó por instinto, saliendo por la puerta trasera mientras los escombros caían a su alrededor. Su historia es una de esas raras excepciones donde la vida insiste, aunque el corazón quede lleno de ausencias.

Estas historias, tan duras como reales, deben recordarnos que la tragedia del Jet Set no puede reducirse a cifras ni titulares efímeros. Detrás de cada víctima hay una historia, una familia, un proyecto de vida. Y detrás de cada sobreviviente, hay una lucha silenciosa por sanar.

La justicia, por su parte, tiene una deuda con ellos. Seis meses después, la sociedad espera resultados concretos, no promesas. La investigación debe esclarecer responsabilidades, aplicar sanciones y garantizar que una tragedia así nunca vuelva a repetirse. Porque cuando la justicia llega tarde o se queda a mitad del camino, también se convierte en una forma de violencia.

Hoy, el país entero debería mirar más allá del suceso y entender la lección que deja: la fragilidad de la vida, la importancia de la seguridad, y el deber de cuidar unos de otros. Porque todos, en algún momento, hemos salido de casa sin saber que ese abrazo o esa despedida podría ser la última.

Por eso, al recordar a las víctimas del Jet Set, no solo debemos exigir justicia, sino también honrar la vida.

Porque, como bien dijo Brian Saldaña, con el corazón desgarrado pero la mirada firme:
“Uno nunca sabe cuándo es la última vez.”

El autor es Psicólogo clínico y miembro del Colegio Dominicano de Psicólogos (CODOPSI).