El ejercicio físico es el ‘medicamento’ perfecto: ¿deberían los médicos recetarlo?

Si el ejercicio físico fuera una pastilla, no habría médico que no la recetara. Reduce el riesgo de mortalidad por todas las causas, la cardiopatía isquémica, la enfermedad cerebrovascular, la hipertensión arterial, el cáncer de colon y mama, la diabetes tipo 2, el síndrome metabólico, la obesidad, la osteoporosis, la sarcopenia, la dependencia funcional y las caídas en ancianos, el deterioro cognitivo, la ansiedad y la depresión. Esto, y más, con escasos efectos secundarios si la dosis es adecuada.

El sistema de salud británico (NHS, por sus siglas en inglés) va a poner en marcha este año un estudio para comprobar los beneficios en la salud de la población de prescribir ejercicio físico. Según informa The Guardian, la idea es que los médicos de primaria se encarguen de recetar deporte dentro de un programa de “prescripción social” de actividades que no pasan por tomar fármacos, con el objetivo de reducir la carga del sistema. Suena bien, en teoría. Pero el ejercicio físico no es una pastilla. No basta con que un médico lo recomiende para que el paciente se la tome.

Los beneficios de la actividad física están tan demostrados que no hay debate posible sobre su idoneidad. Se puede discutir cuánto, cómo y de qué tipo es adecuado para cada persona, pero no es arriesgado decir que a la mayoría de la población le beneficiaría incrementar el tiempo que dedica a hacer ejercicio: según una encuesta de Ipsos publicada en 2021, España es el cuarto país con más personas completamente sedentarias de Europa (un 15%) y la media de actividad es de 5,2 horas semanales, frente a las 6,1 de Europa y las 12,8 de Países Bajos, el líder. Lo que no está tan claro es el papel que pueden tener los médicos y si prescribirlo en una consulta es la vía más eficaz.

Algo parecido sucede con el tabaco. Eliminarlo reduciría de un plumazo buena parte de los problemas de salud pública. Thierry Philip, presidente de la Organización de Institutos Europeos del Cáncer, decía en una reciente entrevista con EL PAÍS que si los europeos menores de 20 años dejasen mañana de fumar, “la mortalidad por cáncer se reduciría a la mitad en 50 años”. Y, aunque todo médico sensato recomienda a sus pacientes abandonar este hábito, esto no implica que lo hagan. Es necesario ir más allá.

Fernando Rodríguez Artalejo, catedrático de Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid que ha publicado numerosos estudios sobre hábitos de vida, asegura que las evaluaciones sobre la prescripción social (que va desde el deporte hasta actividades en centros de día para ancianos) son escasas. “Los estudios son pocos y muy malos, pero se intuye que, de tener eficacia, será muy modesta y se observará en variables de satisfacción, de calidad de vida, de reducción de la soledad, pero mucho menos en otras, como en la reducción de enfermedades crónicas”, explica.

Y esto ocurre porque cambiar estilos de vida es muy complicado. “Hay que actuar sobre muchas palancas. En un estudio británico se vio que cuando se remitía a los pacientes a gimnasios y piscinas públicas no había mejora en la actividad física”, señala Rodríguez Artalejo. Tener las infraestructuras, razona, “es condición necesaria, pero no suficiente”.

Recetar actividad física tampoco es algo que se pueda implementar de la noche a la mañana. No, al menos, si se quiere hacer bien, según Raquel Blasco, especialista en Medicina Interna y responsable de la Unidad de Medicina Interna del Centro Regional de Medicina Deportiva de la Junta de Castilla y León de Valladolid. “Si se hace una prescripción, tiene que ser como la de cualquier medicamento: hay que indicar la dosis; el tipo de fármaco, ya que no es lo mismo fuerza que resistencia; indicaciones, contraindicaciones y efectos secundarios. Nuestros colegas de primaria no tienen ni el tiempo ni la formación suficiente como para poder hacerlo adecuadamente”, señala Blasco, que calcula que requeriría entre 15 y 30 minutos por paciente, más el pertinente seguimiento.

Con cada vez menos médicos de atención primaria y sus agendas cada vez más cargadas, esta experta augura que prescribir ejercicio físico, por muy positivo que pudiera ser, es algo que “no se va a hacer jamás” en España de forma generalizada. En cualquier caso, debería ser algo más que una medida aislada. “Se trata de un problema multifactorial en el que tienen que intervenir todo tipo de políticas públicas. Debería involucrar desde profesores de Educación Física —[asignatura] a la que en lugar de sumarle horas le están restando—, a concejalías de Urbanismo de los ayuntamientos”, opina Blasco.

En el grupo de trabajo de actividad física de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (semFYC) llevan 22 años “batallando” para fomentar la prescripción de ejercicio. Montserrat Romaguera, su portavoz, reconoce que en la especialidad solo se enseña cómo recetar fármacos, y no deporte. “Tenemos que trabajar en la formación, en primer lugar, para que los compañeros se sientan seguros a la hora de cambiar el paradigma”, señala.

En segundo lugar, hacen falta más recursos. “La prescripción social implica conocer los recursos de nuestros entornos, centros cívicos, polideportivos, clubes, rutas... No es mandarlos a una piscina, sino saber cuál está cerca, qué monitor hay, el horario, los precios. Nosotros hacemos salidas con grupos de pacientes para visitar las instalaciones, y ese acompañamiento facilita que después haya adherencia”, explica Romaguera, autora del libro Mi médico me manda a paseo.

Planes de prescripción social
Existen iniciativas como estas, proyectos diseminados por España que dependen más de la voluntad y la implicación de los sanitarios que de grandes programas de salud pública. En Ourense, el proyecto Salubrízate quiere sacar de los centros de salud a los médicos para comprobar los problemas en su barrio y actuar más allá de las personas que acuden a recibir ayuda médica. Una de sus impulsoras, Mercedes Hernández, de la Asociación Galega de Medicina Familiar e Comunitaria, cuenta que la integración con asociaciones de vecinos y centros cívicos les permite implementar desde formaciones sobre nutrición a organizar caminatas saludables. “De nada sirve que prescribas a alguien que monte en bici si en su distrito no hay lugares adecuados. A través de los vecinos conocemos dónde se puede hacer ejercicio, rutas y las recomendamos a otros que quizás no saben de su existencia”, apunta.

El estudio del Reino Unido, que comenzará este año, tiene un presupuesto de 12,7 millones de libras (unos 15 millones de euros). Artalejo, pese a que es escéptico con respecto al cambio de hábitos de los pacientes, cree que es algo a lo que hay que estar atentos y de lo que se pueden extraer conclusiones aplicables también a España: “Gracias a los británicos aprendemos muchas cosas, porque invierten mucho dinero en apoyar los servicios sociales. Podremos saber si funciona, en quiénes [lo hace], cuál es el nivel de prescripción social adecuado y si se justifica por costes”.

En el Reino Unido ya existen otras líneas de investigación similares, como una en la que estudian si puede mejorar la salud de los pacientes, sobre todo la mental, prescribiendo el contacto con la naturaleza. Ya existen varias investigaciones con resultados prometedores en este sentido, que muestran numerosos beneficios del contacto con entornos verdes y la exposición a la luz natural. En Australia, el año pasado se puso en marcha un programa de prescripción de actividad física en parques en coordinación con los ayuntamientos, que incluyen más de 450 actividades al aire libre en fines de semana. Porque de poco sirve recetar ejercicio sin otras medidas complementarias que faciliten su práctica.

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